San Roque


Francisco J. Lifante


Existe un barrio dromedario que se intuye por sus jorobas, compuestas por escaleras, con ermitas impredecibles, que contribuyen a la nostalgia anisada en agosto, y los misterios lácteos del agua. 



Ahí recorren el calvario los hijos con sus madres, los zagales se auguran peleas transversales y los profesores trafican con los sueños más pequeños. 

Desfilan mujeres con carros dos días cada semana procedentes de un mercado sonriente, o de auscultar su manojo de belleza. 

Allí acontece la luz donde se acaricia la república sonriente de los tallos. Es san Roque porque, ¿quién no se ha enamorado en un verano de alguien?



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