Por Francisco J. Lifante
Tú banco, tú paciencia, que alargabas el silencio y las dunas palpitantes de los santos militantes del olvido.
Tú que vestías con ropa de árbol y corteza de hierro, carcomido
por una lluvia de canas en la tormenta con lienzos de aire recluso, quedas a buen
recaudo en nuestras nalgas.
Banco de la paciencia, blanco de exigencias, púlpito de
resúmenes trazados. Restáurate, no en maldito granito, ni en la luz nueva y
naranja, sino en apero de labranza, en ropas desarrapadas, que ya somos
herederos de casi nada, en una tierra de casi nadie, en las orillas de casi
todo.
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