Por Daniel Berenguer Belló
Paseaba yo mis mañanas resquebrajadas por los páramos oritenses.
De pronto, frente a mí un promontorio montañoso amenazaba con frenar mi ímpetu aventurero, separando mi anhelo en dos mitades idénticas: el de subir esa extensión terrosa y transitar sus senderos y el de permanecer inmóvil y estéril, esperando una brisa de huracanada potencia que me elevase sin esfuerzo y liviano, dejarme mecer por la simpatía de los espinos y de la estepa que cubre lo que anteayer el sotobosque mecía.
Mas se hacía tarde y el sol se refugiaba, las emociones descansaban, la naturaleza dormía. ¡Adiós montaña,hasta más ver!
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