Por Francisco J. Lifante
Y sin embargo, como a cada minuto de cada vida mía con su muerte impertinente, acude Monforte puntualmente a su cita con las dudas, con la primera adolescencia, con la apátrida oscuridad pendiente, acude fumando a mis desfiles de antaño, asalta el tren de la infancia, con sólo un billete de ida.
Recuerdo a Monforte en la medida en que me recuerdo inconcluso. Monforte y yo envejecemos a la vez, se nos arrugan las calles, se nos descomponen las cepas, pisamos a lo unísono nuestros barbechos, bebemos de las mismas acequias, y eso nos hace más sobrios...y más vulnerables.
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